Atrapados en el tapón: migrantes y traficantes en el Darién Crisis Migratoria

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Por Bram Ebus

En una nublada mañana de noviembre de 2022, vi a Yeimy, una migrante venezolana que, acurrucada sobre una silla de plástico, agarraba con fuerza su mochila. A pesar de la conmoción a su alrededor (extraños iban y venían de prisa bajo la constante lluvia, cargando de equipaje a los barcos anclados), sus ojos permanecían fijos en sus dos pequeños hijos. Eran parte de los cientos de miles de personas que han intentado cruzar, o preferiblemente rodear, el tapón del Darién, una densa zona selvática entre el océano Pacífico y el mar Caribe en la franja de tierra que conecta a Colombia y Panamá. El Darién, el único tramo del continente que no está conectado por carretera, ha sido durante mucho tiempo una de las rutas más traicioneras de las Américas. Conquistadores españoles del siglo XVI, colonizadores escoceses del XVII y misioneros han intentado atravesarlo, y casi todos han fracasado. Hoy en día es un poco más fácil cruzarlo, pero los migrantes que lo hacen corren el riesgo de convertirse en víctimas de extorsión, violaciones y violencia al emprender el viaje hacia el norte. Alrededor de 250 000 personas cruzaron el Darién en 2022, cifra que podría aumentar a 400 000 en 2023.

Durante el viaje, Yeimy (Crisis Group no comparte su apellido para protegerla) y otros migrantes que conocí se encontrarían a merced de una compleja trama de redes criminales. Los traficantes locales, o coyotes, se presentan como “guías” que los migrantes deben contratar, o a los que hay que pagar. El lado colombiano del Darién está controlado por las Autodefensas Gaitanistas, la organización de tráfico de cocaína más grande del país; aunque afirman no estar involucrados en el tráfico de migrantes múltiples informes afirman que sí se benefician de éste. Decenas de miles de personas de numerosos países intentan cruzar el Darién cada mes, lo que lo ha convertido en el cuello de botella migratorio más grande del continente. Atravesarlo es una carrera de obstáculos llena de miseria y abusos: los viajeros se enfrentan a posibles agresiones sexuales, robos y, en algunos casos, incluso la muerte. Para muchos migrantes, la protección supuestamente ofrecida por traficantes y delincuentes es la única disponible.

Los peligros del Pacífico

Nadie nos quiere aquí.

YEIMY, MIGRANTE VENEZOLANA

Yeimy es una de los siete millones de venezolanos que han huido de su país, sumido en la miseria económica, en los últimos ocho años. Tenía 28 años cuando dejó su trabajo como administradora en un hospital público de Caracas, la capital del país. Como la mayoría de los venezolanos, ganaba su sueldo en bolívares, la moneda local, que se traducen en solo unas pocas docenas de dólares al mes y no era suficiente para alimentar a su familia. Decidió huir al norte, y para financiar el viaje vendió su casa, a pesar de que se trataba de vivienda de interés social provista por el Estado y no suya. Con los $3910 dólares en efectivo que consiguió, se preparó para partir.

El viaje fue peligroso desde el principio. Al cruzar la frontera a Colombia, oficiales de la Guardia Nacional venezolana intentaron extorsionarla, pidiéndole dinero para ponerle un sello de salida en su pasaporte. Yeimy decidió no pagar y optó por cruzar a Colombia por una trocha, un cruce fronterizo informal. La decisión tendría repercusiones decisivas en su futuro progreso: Yeimy se convirtió de inmediato en una migrante indocumentada, no elegible para el amparo legal y los programas de asistencia disponibles para aquellos con la documentación en regla. Esto la puso en una gran desventaja durante el resto de su viaje.

Bahía Solano, situada en la costa del Pacífico, es una ciudad que tiene una playa digna de una postal. Sin embargo, se ha convertido en un importante centro de tráfico de cocaína y es un punto de paso obligado para los migrantes que se dirigen hacia EE. UU. En Bahía Solano, Yeimy, sus hijos y otros migrantes esperaban una lancha rápida que los llevaría a Juradó, la siguiente parada en la ruta de los migrantes antes de llegar a Panamá. La embarcación aún no estaba lista para zarpar, y en la bahía se escuchaba música a todo volumen proveniente de un burdel en una playa cercana, donde las trabajadoras sexuales, sus proxenetas y clientes bebían y festejaban. Cuando la mujer encargada de la lista de pasajeros se acercó, le dijo a Yeimy que ella y sus hijos no podían abordar. “No extranjeros”, dijo con frialdad, y agregó que era una orden del grupo armado dominante en la zona, los Gaitanistas. Yeimy estaba visiblemente afectada al escuchar la noticia.

“Nadie nos quiere aquí”, me susurró.

Desesperada, intentó comunicarse con su coyote a través de llamadas telefónicas y mensajes de texto; cuando lo logró, él le informó que la tarifa del pasaje era ahora $500 dólares más de lo inicialmente acordado. Tras regatear un poco, Yeimy logró reducir el pago adicional a $150 dólares y asegurar un lugar en el barco. Sus reservas de efectivo estaban disminuyendo: le habían robado durante su viaje en autobús por Colombia y, a su llegada a Bahía Solano, un funcionario local le exigió pagar $50 dólares.

El viaje en barco no fue nada fácil. Durante tres horas, la embarcación luchó contra fuertes lluvias y un mar turbulento, que chocaba implacablemente contra las olas. Finalmente llegamos a Juradó, donde pronto perdí de vista a Yeimy y a sus hijos. Inicialmente había planeado quedarse en el pequeño pueblo sólo tres días, pero semanas más tarde me envió un mensaje de texto en el que me contaba que seguía varada allí. Su coyote había resultado no ser tan eficaz como decía. Con poco dinero y sin saber cuáles serían sus próximos pasos en el viaje, los mensajes de Yeimy estaban llenos de frustración y dolor.

La ruta de Yeimy de Colombia a Panamá

Los actores

Controlamos a cualquier persona que pase por … nuestro territorio.

jerónimo, LÍDER POLÍTICO DE LOS GAITANISTAS

Gran parte del territorio colombiano que atraviesan los migrantes en su camino hacia el Darién está controlado por las Autodefensas Gaitanistas. Los Gaitanistas tienen al menos 9000 miembros y están presentes en 24 de los 32 departamentos de Colombia. El grupo está en la lista de sanciones del Departamento del Tesoro de EE. UU. por su participación en el tráfico de drogas. Su involucramiento en desplazamiento forzado y asesinatos selectivos está ampliamente documentado.

Los Gaitanistas entraron con fuerza después de que Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) salieran de la región tras su acuerdo de paz de 2016 con el gobierno. Los Gaitanistas se enfrentaron después con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la guerrilla más grande en el país, a quienes derrotaron en el año 2020, lo que les permitió asumir el dominio indiscutible de la parte colombiana del Darién. Fue un gran éxito para el grupo porque la región permite un fácil acceso a las rutas de tráfico a través del Pacífico y el Caribe. Para consolidar su control sobre las comunidades locales, los Gaitanistas invirtieron en infraestructura rural, distribuyeron regalos de Navidad a los niños y brindaron apoyo financiero a los residentes locales para realizar mejoras en sus viviendas.

Uno de los tantos grafitis que proclaman la “presencia” de los Gaitanistas en la zona

Muchos residentes de Bahía Solano y Juradó dejaron hace años de ganarse la vida con la pesca tradicional y en su lugar se dedican a la “pesca blanca”, la práctica de recoger paquetes flotantes de cocaína que los narcotraficantes dejan caer cuando el mar está muy agitado o los guardacostas se acercan demasiado. Tienen órdenes claras de vender su pesca solo a los Gaitanistas, quienes la compran a un precio fijo. El costo de no obedecer es claro. “Donde hay narcotráfico siempre va a haber violencia”, observó un habitante local. Los grandes tractores que arrastran lanchas rápidas hacia y desde la bahía han transformado las calles sin pavimentar de Bahía Solano en caminos fangosos y han destruido las playas que de otro modo serían vírgenes.

Barco cruzando el océano Pacífico cerca de la costa colombiana

A pesar de denuncias plausibles de que los Gaitanistas están involucrados en un gran número de actividades ilícitas, los líderes locales de la organización afirman que, de hecho, están trayendo orden y paz a la región. Alias Jerónimo, líder político del grupo y parte de su comando central, me dijo que protegen a los migrantes que cruzan el lado colombiano del Darién. Me reuní con él en una zona rural cerca del Golfo de Urabá, en la costa noroeste de Colombia. Estábamos en lo alto de una colina, pero bajo un colosal árbol de mango que nos protegía de la detección aérea.

Con lentes de sol, camiseta beige, jeans y botas estilo militar, y blandiendo una Glock 9 mm camuflada con un cargador de 30 balas, Jerónimo dijo que los Gaitanistas “Tuvieron que entrar a controlar, a mirar, a proteger que al migrante no le sucediera nada, no les atracaron, no les violaron, no les robaron”. Las afirmaciones del grupo no se ven reflejadas en la realidad de muchos migrantes y residentes de la región. El grupo aplica una cruda justicia en la frontera, pero lo hace a través de mantener un control autoritario, castigando a quienes desafían sus reglas, recurriendo a la violencia contra quienes alzan la voz y coaccionando a la población local para que colabore. Los muros de poblaciones de la zona como El Valle, cerca del Pacífico, y Unguía, del lado del Caribe, confirman quién manda: la sigla “AGC” (Autodefensas Gaitanistas de Colombia) pintada con aerosol permanece intacta; según los residentes locales, nadie se atreve a limpiar el grafiti.

Jerónimo, líder político de las Autodefensas Gaitanistas,
mostrando su arma

En efecto, los Gaitanistas son los guardianes de la selva del Darién, al menos del lado colombiano. “Controlamos a los narcotraficantes que pasan por ahí, controlamos a los turistas, controlamos a cualquier persona que pase por cualquier corredor de estos que sea de nuestro territorio”, dijo Jerónimo. Afirma que su presencia es útil. “Entonces, ya esas personas que manejan ese negocio tienen muy en cuenta que si lo van a hacer tienen que respetar la vida del migrante”, dijo. Jerónimo negó cualquier participación directa en la operación del negocio del tráfico de personas y distanció a su organización de las redes de coyotes de la región. Dijo, de hecho, que los Gaitanistas han llegado a imponer fuertes castigos a los coyotes que no siguen sus instrucciones. En cambio, afirmó que la mayor parte de los ingresos de los Gaitanistas provienen del cobro de impuestos al tráfico de cocaína y a las corporaciones multinacionales con presencia local, incluidas las del sector minero. Funcionarios estatales colombianos, sin embargo, cuestionaron esta versión; según ellos, los Gaitanistas se benefician de la multimillonaria industria de la migración al cobrar un porcentaje de las tarifas que pagan los migrantes para ser transportados al norte.

Maradona y los guías

La economía número uno aquí en Acandí se llama el migrante.

MARADONA, «guía HUMANITARIo»

En una visita al lado caribeño del Darién colombiano, me encontré sentado con más de 70 migrantes en un bote que partía desde el municipio costero de Necoclí hacia el Golfo de Urabá. Los pasajeros eran en su mayoría venezolanos, y había algunos chinos y haitianos. Todos llevaban los requeridos chalecos salvavidas. A medida que el bote se acercaba a su destino, el pueblo colombiano de Acandí, pequeñas lanchas motorizadas que zigzagueaban alrededor de un muelle flotante nos dieron la bienvenida. Los migrantes recogieron sus pertenencias y fueron conducidos a través de un río hasta el “albergue”, una zona donde se reunían antes de adentrarse en la selva del Darién.

El albergue estaba dirigido por autodenominados “guías humanitarios”, que vestían chalecos fluorescentes distintivos. Dentro de las instalaciones, que parecían un campamento, algunos migrantes encontraban alojamiento en tiendas de campaña, mientras que otros recibían atención médica proporcionada por un médico y una enfermera, cuyos salarios se cubrían con el dinero que los “guías” recaudaban de los migrantes. Otros viajeros preparaban sus mochilas para el viaje a la selva. El hombre que dirige el albergue se hace llamar Maradona y se pasea por el albergue en pantaloneta de baño y chanclas.

Cuando conocí a Maradona en abril, más de mil migrantes cruzaban Acandí cada día, y la mayoría pasaban por su albergue. “Debido a que el flujo turístico bajó por el tema de los migrantes, nosotros vimos ahí una oportunidad de generación de empleo”, me dijo. “La economía número uno aquí en Acandí se llama el migrante”. De hecho, casi todo el pueblo depende de la economía de la migración. Hay aproximadamente 300 “guías” que se turnan para acompañar a los migrantes en la caminata entre el pueblo y un campamento ubicado cerca de la frontera, un servicio que cuesta alrededor de $160 dólares. Se calcula que otros 900 hombres trabajan cargando equipaje en la misma ruta. Cerca de la frontera, “guías” panameños, en su mayoría de comunidades indígenas locales, se hacen cargo de los migrantes.

No han hecho un carajo.

maradona, «GUÍA HUMANITARIO»

Funcionarios y agentes humanitarios han criticado a estos supuestos guías por cobrarle a los migrantes. Cuando menciono estas quejas, Maradona se agita. “Si ellos no quieren que cobremos el servicio, que vengan ellos y lo pagan (sic), o que vengan ellos y que lo hagan ellos”, dijo. “Aquí el problema no somos nosotros”, continuó. “El problema es el gobierno colombiano. Todas estas instituciones internacionales que nos han visitado, que no han hecho un carajo. Nosotros también vimos una oportunidad de empleo que nunca nos ha dado el gobierno colombiano”. Acandí, una población que nunca ha tenido servicios de salud ni de educación decentes y sin acceso a carreteras ni conexiones estables a internet, ve cómo sus jóvenes abandonan la escuela para trabajar con los migrantes.

Maradona me presentó a un hombre de 30 años que estaba a cargo de un grupo de “guías”. Me dijo que solía trabajar como cargador de equipaje para los migrantes, a quienes ayudaba a moverse por la selva. “Fui guía, y ahora gracias a Dios se me dio la oportunidad de coordinación”, dijo. El empleo generado por la industria de la migración le permite mantener a su hijo de dos años. Cada semana, subía a Las Tecas, cerca de la frontera, para evaluar el estado del sendero, el campamento e identificar posibles dificultades. Se comunicaba con el albergue y el campamento a través de un walkie-talkie. Por lo general, los migrantes pueden hacer la caminata hasta el primer campamento cerca de la frontera en un sólo día. En ocasiones, los migrantes son transportados a caballo durante la primera parte del viaje.

En Acandí, migrantes y “guías humanitarios” se preparan para un viaje a la selva del Darién

Por más de que este trabajo le haya mejorado la vida a este hombre, presenciar el sufrimiento de los migrantes lo agobia. Describió casos en los que había que sacar a migrantes heridos de la selva en hamacas. También le preocupaba el destino de los migrantes después de entregarlos a sus pares panameños.

Cuando salí de Acandí, el bote de regreso a Necoclí estaba prácticamente vacío, excepto por dos jóvenes venezolanos. Los muchachos, de 16 y 20 años, fueron rechazados cuando se aventuraron en la selva del Darién sin hacer el pago requerido. No tenían dinero. Los “guías” me habían dicho que había descuentos para los migrantes sin dinero, pero a estos dos venezolanos no les ofrecieron ningún tipo de ayuda.

Migrantes detenidos en las playas de Necoclí, esperando a cruzar el Golfo de Urabá

A pesar de todo

Fue muy difícil, sentir que de una u otra forma te vas a morir.

yeimy, migrantE VENEZOLANA

A principios de 2023, pude reencontrarme con Yeimy. Finalmente había podido cruzar la frontera y quedamos en vernos en Ciudad de Panamá. Su viaje, sin embargo, estuvo lleno de penurias. “Fue muy difícil, sentir que de una u otra forma te vas a morir”, dijo. En Juradó, Yeimy decidió separarse de su coyote luego de que éste le enviara mensajes que la hicieron sentir incómoda. Se las arregló para encontrar a otro traficante de personas, vinculado con los Gaitanistas, que le organizó un nuevo viaje por $450 dólares.

Antes del amanecer en las primeras horas de una mañana de diciembre, Yeimy, junto con sus hijos y otro migrante venezolano, se embarcó en una lancha rápida. A medida que se acercaban a la frontera, Yeimy reconoció la bandera panameña y se llenó de esperanza. Sin embargo, para su consternación, el capitán del barco aceleró repentinamente cuando vio un barco de la guardia costera. Al no poder llegar al puerto, los coyotes los abandonaron en una isla cercana, prometiendo que regresarían pronto a buscarlos.

Bahía Solano, departamento de Chocó,
Colombia

Nunca volvieron. Yeimy relató entre lágrimas su primera noche en la isla, en la que los monos chillaban y les lanzaban pequeños cocos. Luego, apareció un jaguar en la playa. “No me voy a morir así”, pensó. “Prefiero ahogarme”. Decidida a evitar que el jaguar matara a sus hijos, se metió en el mar con ellos en sus brazos, logrando evadir al animal.

Un hombre que Yeimy había conocido en internet la esperaba en Ciudad de Panamá, y fue esta conexión la que le salvó la vida a ella y a los niños. Alarmado por no tener noticias, el hombre empezó a hacer llamadas telefónicas y logró ponerse en contacto con miembros de una tribu indígena cercana. Rápidamente partieron en sus canoas motorizadas en busca de los migrantes desaparecidos. “Para mi ver a estos indios fue como ver a Dios”, dijo Yeimy con una sonrisa. El rescate, naturalmente, no fue gratuito; pero esta vez entregó los $200 dólares que le pedían sin quejarse.

Para migrar hay que tener valentía.

yeimy, migrantE VENEZOLANA

Tomando un café en Ciudad de Panamá, Yeimy relató el resto de su odisea. Habló de cómo los funcionarios panameños de la guardia fronteriza la habían tratado despectivamente. Me contó cómo escapó dos veces de las manos de los funcionarios de migración panameños. Finalmente, un camionero de buen corazón que se dirigía a la capital les permitió a ella y a sus hijos esconderse en la zona de la cabina para dormir. Cuando llegó a Ciudad de Panamá para empezar su vida como inmigrante indocumentada, sólo le quedaban $50 de los $3910 dólares que tenía en su bolsillo cuando salió de Venezuela. “Para migrar hay que tener valentía”, dijo.