En los campos de batalla de Tierra Caliente: el conflicto perpetuo en México

Tierra Caliente, noviembre de 2021. Oficiales de la policía estatal a bordo de un coche patrulla.

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Published on: 15 abril, 2022

Fotos y texto por FALKO ERNST

En diciembre de 2006, Michoacán se convirtió en la zona cero del último capítulo de la guerra contra las drogas en México. El entonces presidente Felipe Calderón envió miles de soldados a este estado de la zona central de México, que bordea el océano Pacífico, y prometió una rápida victoria. Sin embargo, la ofensiva no tardó en enfrentar problemas, y recrudeció un conflicto que se ha vuelto cada vez más difícil de controlar para cada uno de los presidentes sucesivos. Hace quince años, un solo grupo dominaba el panorama de los actores armados ilegales en este estado. En la actualidad, por lo menos catorce organizaciones armadas ilegales se disputan entre ellas el poder, la influencia política y el control territorial, y cada una ha logrado afianzarse tanto que sus competidores no logran desplazarlos por completo. El resultado ha sido un estado de violencia armada perpetua de baja intensidad. Todavía está por encontrarse una estrategia viable que permita reducir esta violencia. Solo el año pasado, más de 2700 personas fueron asesinadas. El número de víctimas civiles de estos frentes de guerra difusos es cada vez mayor, y esa cifra incluye miles de desplazados en 2021.

Municipio de Apatzingán, noviembre 2021. Un sicario de diecisiete años, que trabaja para los Caballeros Templarios, un grupo armado que opera en Michoacán, monta guardia mientras su jefe se toma unos tragos. El muchacho relató la emoción de montar en los “monstruos”, tanques de fabricación artesanal, que suelen usar los grupos armados ilegales mexicanos.

El analista de Crisis Group en México, Falko Ernst, ha documentado las facetas cambiantes del conflicto en el estado de Michoacán a lo largo de la década pasada. En noviembre de 2021, regresó a la región de Tierra Caliente, el corazón del crimen organizado en dicho estado, a fin de contactar viejos conocidos y conversar con nuevos actores. Civiles, activistas, agentes de la policía, funcionarios del Gobierno y miembros de tres grupos armados ilegales diferentes hablaron con él sobre sus vidas cotidianas y sus expectativas sobre el futuro.


La guerra ha cambiado

A nuestro alrededor se formó un círculo de veinte hombres, lo suficientemente compacto para garantizar la seguridad, pero también con el suficiente espacio para evitar que algún entrometido alcanzara a escuchar. Para nuestra conversación se dispusieron unas sillas de plástico y, como cosa curiosa, se ofreció un té de manzanilla en una plaza de pueblo, fría y poco iluminada, a finales de noviembre de 2021.

“La guerra ha cambiado”, dijo El Pelón, el jefe de uno de los grupos armados de Michoacán, a quien conocí esa noche. Este hombre, de algo menos de treinta años, usaba gorras de béisbol hechas especialmente para él y sudaderas con capucha, en contraste con la vestimenta más sobria de otros dedicados al mismo oficio. Señaló a sus combatientes, unas siluetas oscuras con Kalashnikovs a la mano. Las AK, según me dijo, siguen siendo las armas de dotación. Sin embargo, añadió que en años recientes se ha producido una verdadera carrera armamentista.

“La tecnología se ha vuelto central en todo esto”, explicó y luego pasó a describir cómo las imágenes por satélite de Google han fortalecido su comprensión del terreno de batalla y le permiten saber dónde están sus soldados en cada instante. No obstante, la presión que los lleva a él y a sus aliados locales a mantenerse al día en innovaciones viene de afuera.

Tierra Caliente, noviembre 2021. Un combatiente observa un nicho de san Judas.

Su enemigo común es el Cartel Jalisco Nueva Generación, un conglomerado criminal que ha adelantado una agresiva campaña de múltiples frentes para alcanzar el dominio nacional, mediante la táctica de gastar más que sus opositores locales y aplastarlos. En un comienzo se impuso sobre pequeños rivales en Michoacán. “No importa cuántos les matábamos, cuántas armas les quitábamos, cuántos vehículos les destruíamos, siempre regresaban con más y más… y al inicio nos estaban ganando”.

El Cartel Jalisco también sacaba partido de una tecnología superior, en particular de los llamados “monstruos”, que eran unos tanques de fabricación casera, cada vez más sofisticados, hechos para resistir los disparos de armas de alto calibre y drones equipados con explosivos C4. Sin embargo, añadió El Pélon, la competencia se ha puesto a la par, haciendo ingeniería inversa de esas máquinas. Según él, cada grupo local cuenta ahora en su nómina con soldadores de tanques, así como fabricantes y pilotos de drones. Al igual que su enemigo, ellos han aprendido a fabricar minas antipersonales artesanales, el medio más reciente para disuadir a intrusos hostiles. “Ahora estamos al mismo nivel”, dijo El Pelón, juntando las puntas de los dedos de la mano izquierda con los de la mano derecha para ilustrar su frase.

Apatzingán, noviembre 2021. Un hombre carga bolsas de mercado para llevar a Aguililla, un pueblo tomado por el Cartel Jalisco, al que los grupos enemigos buscaban obligar a evacuar aislándolos del flujo de bienes básicos.

Un “empate” costoso

El “empate” en que se encuentra el conflicto ha conducido a una guerra de desgaste en Michoacán. Los que han llevado la peor parte son los pueblos situados en los frentes de batalla, que varían día a día. De acuerdo con Gregorio López, activista católico que proporciona ayuda humanitaria a aquellos que no se han ido, al mismo tiempo que respalda las declaraciones de los solicitantes de asilo en los Estados Unidos, más de 30,000 personas han huido de su lugar de residencia en 2021 (el gobernador del estado de Michoacán afirma que la cifra es 90 por ciento menor). 

Una de las principales causas del desplazamiento es la sospecha por parte de los grupos armados ilegales de que los habitantes que se quedan les pasan información a los enemigos. “Vinieron a mi casa”, relata un hombre cuyo pueblo fue tomado por el Cartel Jalisco, al cabo de semanas de tiroteos, “y pidieron revisar nuestros celulares”.

Cuando los pistoleros vieron unos mensajes aparentemente comprometedores en el WhatsApp de su hija (nada más un mensaje que decía que “los jaliscos” habían montado barricadas alrededor del pueblo), de inmediato les ordenaron desalojar. A la hija y a su marido “les dieron dos horas para juntar sus cosas, o si no…”, dijo con el tono neutro de las personas que se han acostumbrado a aceptar las reglas esenciales para sobrevivir en Tierra Caliente.

Municipio de Apatzingán, noviembre 2021. Un habitante de la zona pasea con su hijo, en la tarde, a las afueras de un pueblo en manos de los Caballeros Templarios. En nuestras conversaciones, él y otros se refirieron a la posibilidad de que el pueblo fuera tomado por el Cartel Jalisco. “Claro que nosotros les decimos que estamos con ellos”, dijo otro poblador, no muy seguro de que eso bastara para proteger a su familia.

El hombre también abandonó su casa poco después, tras cargar lo que pudo en su camioneta, para establecerse en otro pueblo, ubicado a diez kilómetros: una distancia suficiente para hacerle el quite al frente de batalla. Según decía, la razón por la que se fue no era tanto el miedo a caer en las operaciones de limpieza del grupo armado, que incluye ejecuciones de los sospechosos de ser leales a los Carteles Unidos (una alianza de grupos michoacanos que luchan contra el Cartel Jalisco). El problema era, más bien, que su modo de ganarse la vida se había visto afectado por las nuevas fronteras que se estaban trazando en la arena.

Las facciones enemigas han demarcado la región y la han convertido en un rompecabezas de feudos rivales, y para muchos habitantes de la zona andar en medio de esas fronteras zigzagueantes se ha vuelto insoportable. Se han destruido carreteras con retroexcavadoras para evitar las incursiones enemigas. Incluso en los lugares donde se las ha conservado, pasar por esos frentes de batalla (para llevar a un enfermo al hospital, o llevar las cosechas al mercado, o transportar bienes básicos) implica el riesgo de no retornar jamás. 

Municipio de Parácuaro, 2015. Un soldado vigila en un retén del ejército.

Preferencias estratégicas

El Pelón afirma que esos desplazamientos han sido una bendición estratégica para él y sus aliados. “La verdad es que nos han hecho un gran favor”, dice, y explica que el cubrimiento constante que hacen los medios sobre los costos humanos del conflicto en Michoacán ha obligado al gobierno federal a actuar. Desde su toma de posesión a finales de 2018, el Gobierno ha afirmado que México está mejorando. Para proteger esta narrativa, a finales de 2021 el gobierno incrementó a 17 000 efectivos el pie de fuerza desplegado a Michoacán, siguiendo un patrón conocido de respuestas de seguridad estatal provocadas por las reacciones negativas de la opinión pública.

Pero para El Pelón estos no son enemigos, sino refuerzos: durante mi visita al estado de Michoacán, hablé con comandantes y combatientes de tres grupos armados ilegales diferentes. No tenían una visión homogénea sobre el grado de cohesión de los combatientes y los grupos armados ilegales de Michoacán. Algunos hablaban de integración total en la batalla. Otros hacían simplemente referencia a unos esfuerzos coordinados. Sin embargo, todos estaban de acuerdo en afirmar que existía un frente común, que compartía la meta de luchar contra el Cartel Jalisco.

Tierra Caliente, noviembre 2021. La línea divisoria entre los grupos armados estatales y los ilegales parece borroso .Para el observador, excepto por los uniformes, son indistinguibles los unos de los otros.

En los últimos tiempos, las hostilidades armadas entre ambos bandos se han concentrado en un frente de batalla en Michoacán, paralelo a la frontera con el vecino estado de Jalisco, por el norte. No obstante, más hacia el interior, las supuestas afinidades estratégicas del gobierno federal con ciertos grupos (cosa que el gobierno niega, pues ha declarado oficialmente que la corrupción y la colusión son cosa del pasado) les ha permitido a muchos grupos armados de Michoacán gozar de una calma que no se vivía en años. Se les ha permitido reagruparse y fortalecer su control sobre los territorios locales.

“Aquí, [las fuerzas armadas] no se han metido con nosotros desde hace meses”, dijo uno de los comandantes de los Caballeros Templarios, mientras disfrutaba con su gente de un guiso de carne de cerdo y unos tragos en una celebración religiosa en un pueblo remoto de Tierra Caliente, donde un grupo tocaba rancheras.

Tierra Caliente, noviembre 2021. Un sicario a bordo de un SUV blindado, con su AK47 listo.

El conflicto que se avecina

Según los habitantes de la región, los enfrentamientos en la zona evolucionaron de la siguiente manera: en 2013 y 2014, una alianza entre las fuerzas federales y las llamadas fuerzas de autodefensa, en parte generada por intereses criminales, quebrantó el dominio del grupo de los Caballeros Templarios en Michoacán. Como resultado, surgió un mosaico cambiante de enclaves que combatían entre sí. En los años siguientes, unas guerras intestinas entre estas diferentes facciones bañaron en sangre al estado. Por el momento, aunque solo sea de manera breve, esta guerra interna ha quedado en suspenso, y la amenaza externa que representa el Cartel Jalisco llevó a los grupos armados locales a aliarse para operar de manera conjunta.

Pero en mis conversaciones con los miembros de estos grupos se ve que todos tienen claro que el pacto surgió meramente por una necesidad ineludible, y ninguno abriga la menor esperanza de que la coalición sobreviva si la ofensiva del Cartel Jalisco desaparece. “Hay cosas que no se pueden olvidar… o superar”, dijo el comandante de los Caballeros Templarios.

Para ilustrar su postura, explicó que esa nueva alianza lo obligaba a fingir respeto hacia un antiguo archienemigo, la misma persona que había matado en emboscadas a una gran cantidad de sus “muchachos”, y había tomado como rehén a un miembro de su familia. Tal vez una autoridad capaz de imponer reglas y consolidar esferas de influencia podría mantener a raya el dolor persistente, las vendettas personales y la sed de expansión. Sin embargo, dado que el poder está distribuido de manera uniforme entre una gran cantidad de grupos, en la actualidad no parece factible que pueda implantarse un orden de esa naturaleza. Por otra parte, no se ve que haya nadie interesado en el regreso de un liderazgo centralizado.

Tierra Caliente, noviembre 2021. Un oficial de policía estatal en alerta, a bordo de una patrulla.

Arlo, segundo al mando de un grupo armado que no está aliado ni con el Cartel Jalisco ni con los Carteles Unidos, habló de unas tentativas por parte del gobierno federal de pacificar al estado de Michoacán. “Vino un general de la Ciudad de México a verme”, relató mientras nos comíamos unos tacos en la cocina comunal de un pueblo controlado por su grupo.

El enviado federal no llevaba un plan concreto sino una pregunta sobre la voluntad de Arlo de sentarse a adelantar conversaciones de paz con sus oponentes. Su respuesta fue la misma de todos los demás a los que se la hice: sí están dispuestos a hacerlo. Lo único que pedimos”, afirmó, “es que se respeten nuestras fronteras… y que cada uno se quede en sus propias áreas”. No obstante, enseguida añadió que una solución negociada en este sentido parece imposible por el momento.

Los medios de subsistencia de los grupos armados giran en torno a su capacidad para obtener réditos ordeñando las cuatro principales vacas lecheras de la economía de Michoacán, sobre todo a través de esquemas de extorsión a cambio de protección. “La verdad”, dijo, “es que todos quieren meterse al aguacate, el limón, el puerto [de Lázaro Cárdenas, clave para la importación de sustancias ilícitas] y las minas [del mineral de hierro]. Los que están por fuera van a seguir presionando. Tienen que hacerlo”.

Tierra Caliente, noviembre 2021. Un agente estatal de policía vigila un “fortín”, una estructura fortificada cuyo propósito es repeler las incursiones en una de las fronteras internas de Michoacán. Aquí se ven las marcas de un ataque reciente.

No te tardes, aquí están tirando.

Escaramuzas en la frontera

“No te tardes, aquí están tirando”, me gritó Arlo, mientras me bajaba de un carro para hablar con la policía estatal. Aquí, en los márgenes del territorio dominado por su grupo, la línea divisoria entre las fuerzas estatales y las ilegales parece haberse borrado. Para el observador, excepto por los uniformes, eran indistinguibles los unos de los otros, y, en efecto, los oficiales de policía estaban protegiendo el territorio de Arlo de las incursiones de un grupo armado hostil.

A pesar de su sentido del humor ácido, forjado a lo largo de tres décadas de vivir inmerso en el conflicto, era claro que su advertencia no era en broma: las paredes estaban llenas de agujeros de balas. Tres semanas antes de mi visita, la banda de Arlo le había quitado un pedazo de territorio a un grupo enemigo. Una vez se terminaron los enfrentamientos, llevaron obreros de la construcción para erigir un fortín, una edificación en forma triangular con muros de seis metros de alto, para garantizar una protección contra cualquier contragolpe. La inversión resultó ser un acierto. Dos semanas después, unos combatientes enemigos, o “contras”, abrieron fuego desde la espesa vegetación que lo rodea. “En una de esas, te tumban cinco [hombres] antes de que siquiera te des cuenta de dónde viene [el fuego]”, explicó el oficial de más alto rango del lugar. Sin embargo, en aquella ocasión solo les hicieron daño a las instalaciones.

Tierra Caliente, noviembre de 2021. Un sicario, parte del servicio de seguridad del comandante de un grupo armado local, monta guardia.

Los medios nacionales e internacionales han hecho un amplio cubrimiento del espectáculo de violencia en las líneas de batalla relativamente accesibles y claramente definidas que separan al Cartel Jalisco de los Carteles Unidos a lo largo de la frontera estatal, a 60 kilómetros de distancia. Sin embargo, las escaramuzas diarias en el interior del estado, como esta, no salen a la luz pública, si bien sugieren cómo serán los ataques impulsados por la venganza entre los grupos que operan en Michoacán, una vez que la amenaza externa del Cartel Jalisco se desvanezca y se reanuden las guerras intestinas. El hecho de que sigan siendo muy poco visibles es parcialmente intencional, pues a los grupos armados les interesa evitar un escrutinio público que podría ser perjudicial para los acuerdos entre el estado y los grupos criminales.

La línea divisoria entre los grupos armados estatales y los ilegales suele ser muy delgada en México. Para personas como Arlo, establecer acuerdos con la policía y los militares marca la diferencia entre sobrevivir y extinguirse. Por eso, en preparación para la siguiente ofensiva contra el mismo grupo, que vendría días más tarde, hizo una parada en el puesto de policía local, para sentarse con el oficial y darle las pinceladas finales al plan de ataque. De acuerdo con este plan, acordaron que los uniformados entrarían primero al territorio hostil, muy de cerca lo seguirían los hombres de Arlo, para “barrer” el área.

Una hora más tarde, alrededor de 70 combatientes, en su mayor parte jóvenes en ropa de camuflaje y cargando armas semiautomáticas que llevaban una cinta roja en la punta para evitar fuego amigo en la batalla se enfrentaban, en un cultivo de mangos a cinco kilómetros de la frontera, con el grupo enemigo. Cuando comenzaban a abordar la procesión de camionetas y SUV blindadas, Arlo les hizo saber de manera inequívoca que no se podían tomar ni fotos ni vídeos, y mucho menos subir ese material a las redes sociales. Al igual que otros grupos armados, prefiere evitar el tipo de escrutinio público que puede hacer peligrar los delicados acuerdos con los actores estatales.

Un residente de un centro de rehabilitación de Tierra Caliente realiza sus labores de limpieza.

En 2013 y 2014, una alianza entre las fuerzas federales y las llamadas fuerzas de autodefensa, en parte generada por intereses criminales, quebrantó el dominio del grupo de los Caballeros Templarios en Michoacán.

Relleno humano

Ese día, los milicianos de Arlo le arrebataron otro pedazo al terreno de su adversario, sin sufrir bajas, cosa que no puede decirse del bando enemigo. La muerte y las lesiones causadas por la violencia son comunes en Michoacán, un estado que registró, en la década pasada, un promedio diario de 5,1 personas asesinadas. Es principalmente la juventud la que “pone los muertos”, para usar la expresión de los locales. De las 369 150 víctimas de homicidio en México desde 2007 hasta junio de 2021, 193 302 víctimas, es decir, el 52 por ciento, no tenían más de 34 años, de acuerdo con e INEGI, el órgano responsable de llevar las estadísticas nacionales mexicanas.

Apatzingán, noviembre 2021. Un residente de un centro de rehabilitación de un pueblo de Tierra Caliente con un tatuaje que dice: “Dios pone las peores batallas a sus mejores guerreros”. His tattoo reads: «God confronts his best warriors with his worst battles».

Hablé con Cristián, un joven sicario que intenta evitar formar parte de esta estadística, en un centro de rehabilitación local: suele suceder que el consumo de cristal de metanfetamina va de la mano con la pertenencia a un grupo armado. En un consultorio médico que nos servía como espacio de conversación, rememoró su trayectoria de vida como antiguo “gangbanger” (en sus propias palabras) en una gran ciudad de California hasta el frente de batalla en Michoacán, incluyendo un régimen de entrenamiento e iniciación de espantosa brutalidad.Aquellos que no logran superar esta fase de pruebas, según relata El Pelón, el joven líder de un grupo armado, son reemplazados sin problema. “Siempre hay relleno humano”, dijo.

Igual que les ocurría a quienes me relataron su historia ese día, incluyendo el chico que empezó como sicario cuando tenía doce años, los ojos de Cristián se llenaban las lágrimas al referir su historia, a pesar de su fachada de dureza. “Lo siento”, dijo, “pero nunca le había contado todo esto a nadie”

Él, así como otros muchachos que se encuentran en el centro de rehabilitación, tienen puestas sus esperanzas en programas que tal vez más adelante les permitan emprender el camino hacia una existencia pacífica, ofreciendo su fuerza de trabajo legal a cambio de participación en iniciativas de justicia transicional diseñadas por organizaciones de la sociedad civil local para jóvenes delincuentes. Sin embargo, un funcionario a cargo de la seguridad pública en una ciudad intermedia de Tierra Caliente me dijo que “ningún plan de este tipo existe actualmente”. Algunos días más tarde, en el bus que me llevaba de regreso a la capital, pensaba que cambiar eso sería una buena manera de comenzar a poner coto al incesante baño de sangre de la región.

Dando muestras de humor negro, un sicario veterano le apunta a la cabeza de un joven, retirado poco tiempo atrás de un grupo armado. Según afirmó, el hombre mayor estaba representando una escena de ejecución, tal como se registran y difunden con frecuencia en las redes sociales en México.