La lucha por la supremacía en Venezuela El carisma de Chávez alimentó la revolución, pero la violencia y el hambre empañaron su legado

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Texto PHIL GUNSON

Fotos por OSCAR CASTILLO

La historia moderna de Venezuela cambió para siempre con la llegada al poder, en 1999, de Hugo Chávez, quien dio origen a lo que él llamó la “revolución bolivariana”. Durante más de veinte años, Phil Gunson ha vivido en Caracas y ha documentado la forma como la política ha cambiado al país: desde la adoración a Chávez y a su movimiento en algunos sectores, hasta la violencia y la catástrofe humanitaria que marca la vida cotidiana de muchos venezolanos.


¿Cómo podría este oficial del ejército, caído en desgracia (líder de un golpe de Estado fallido, con un discurso anticuado y populista), ganar unas elecciones en una de las democracias más antiguas de América Latina?

Cuando conocí a Hugo Chávez, un par de años antes de que fuera elegido presidente, me pareció una figura más bien marginal.  Vestido con una chaqueta verde oliva al estilo Mao (de hecho, era un liqui liqui venezolano tradicional) parecía salido de la Guerra Fría del pasado. ¿Cómo podría este oficial del ejército, caído en desgracia (líder de un golpe de Estado fallido, con un discurso anticuado y populista), ganar unas elecciones en una de las democracias más antiguas de América Latina? Pues bien, resultó ser Chávez quien tenía razón.Si era anacrónico lo fue porque se había adelantado a su tiempo, no porque se hubiera quedado rezagado.

La llamada tercera ola de democratización global todavía no había llegado a su máxima expresión, pero aquí teníamos a Chávez describiendo una democracia liberal como un “mango podrido” que era necesario desechar. Él la reemplazaría con una “revolución civil-militar”, basada en una “democracia participativa”. Impaciente con los pesos y contrapesos de un sistema basado en la separación de poderes, el exsoldado buscó entrar en comunión directa con las masas.

Chávez, el gran encantador de la política, único en su generación, estaba dotado con la pasmosa habilidad de seducir a gentes de diversos niveles sociales. Su dudoso influjo perdura hasta hoy, con representaciones como las que vemos en este fresco, conocido como “La última cena de Chávez”, donde se lo ve compartiendo el pan con Jesús, Fidel Castro, el Che Guevara, Mao, Lenin y Marx.

A finales de la década de 1990, los venezolanos estaban listos para la llegada de un outsider que se comprometía a desmontar un sistema disfuncional. El país, que en otro tiempo había sido sinónimo de prosperidad y estabilidad, había sido sacudido por sucesivas crisis. Altamente dependiente de los precios volátiles del petróleo y con una población en rápido crecimiento, los gobiernos venezolanos habían pasado del populismo derrochador a la austeridad predicada por el FMI.

La frustración y la disminución de los ingresos reales fue, en 1989, el caldo de cultivo que dio origen a unas revueltas y saqueos que dejaron cientos de muertos, cuando el presidente Carlos Andrés Pérez envió al ejército a restaurar el orden. Pérez, que por poco fue derrocado en la intentona golpista de Chávez de 1992, fue destituido al año siguiente por dudosos cargos de corrupción. Los dos partidos que se habían alternado en el poder desde que el dictador Marcos Pérez Jiménez fuera derrocado en 1958 (los socialdemócratas de Acción Democrática y los demócratas cristianos del Copei) se vinieron abajo. Chávez se encaminó hacia el poder en medio del desastre de 1998, con más del 56 por ciento de los votos de las elecciones presidenciales.

Vladimir Villegas, quien se desempeñó como ministro del gobierno de Chávez, explica por qué le atraía el proyecto político del exmilitar y cuáles fueron las razones de su posterior desilusión.

Me fui a vivir a Caracas en mayo de 1999 en calidad de reportero independiente, solo dos meses después de que Chávez tomara posesión en su cargo como presidente.  Era obvio que Venezuela iba a convertirse en una gran historia noticiosa. En agosto, ya había inhalado la primera de muchas bocanadas de gases lacrimógenos, cuando los miembros del Congreso se enfrentaban con la Guardia Nacional afuera del Parlamento.  Chávez había reemplazado a los legisladores elegidos el año anterior, entre los cuales los opositores eran mayoría, por una Asamblea Constituyente en la cual todos los miembros, excepto seis, eran seguidores suyos. Aunque la nueva Constitución preservaba, e incluso extendía, los derechos democráticos, esta fortaleció aún más la figura del presidente, volvió a traer a la escena política a los militares y retroactivamente respaldó la intentona golpista de Chávez de 1992, mediante la consagración del derecho a la rebelión.

Algunos venezolanos continúan apoyando al movimiento chavista y su aparato de seguridad, como esta mujer, que posa con entusiasmo junto a oficiales del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC). No obstante, el actual gobierno de Maduro ha hecho un deficiente manejo de la economía y ha sido objeto de diversas acusaciones de violaciones de los derechos humanos. 

A lo largo de los doce años siguientes, el nuevo presidente desmontaría gradualmente el ordenamiento institucional, eliminaría la separación de poderes y ganaría un referendo que permitía la reelección indefinida.  En 2007, reaccionó con ira después de haber fracasado por un estrecho margen en su tentativa de reemplazar su propia y nueva Constitución con una carta explícitamente “socialista”. Poco a poco, y en contravención de la Constitución, procedería a implantar muchos de estos nuevos elementos de la carta, sin tomar en consideración la voluntad del electorado.

Un manifestante en una de las muchas protestas de 2017. El propósito era expresar el rechazo a las medidas del gobierno, que le arrebató su poder a la Asamblea Nacional, compuesta en su mayoría por opositores. 


Quizás más perturbador que lo anterior fue la preponderancia creciente de la violencia tanto criminal como política, y la manera como ambas se entrelazaban. La actitud de Chávez frente a la criminalidad era paradójica. Por un lado, afirmaba que ésta se debía a las inequidades sociales y que desaparecería conforme avanzara su “revolución”. Por otro lado, se hacía el de la vista gorda cuando sus fuerzas de seguridad aplicaban lo que un magistrado de la Corte Suprema – quien renunció por causa de este suceso– describía como una “política de exterminio”.

Las guerrillas urbanas autodenominadas “los Tupamaros”, que todavía detonaban bombas caseras cuando llegué a Caracas, se quitaron sus uniformes camuflados y sus pasamontañas para convertirse en un partido político que le juraba fidelidad a la revolución. No obstante, como enfatizaba un líder tupamaro que conocí en la calle, “todavía seguimos siendo un grupo guerrillero en la sombra”. Un exoficial de inteligencia, a quien se le pidió montar un escuadrón policial de la muerte en un estado del centro-oeste, me mostró una lista de víctimas escrita a mano. Según él, la lista se la había entregado personalmente el jefe de seguridad nacional (después, este último negaría la acusación).

Una manifestación liderada por estudiantes en las calles de Altamira, bastión de la oposición en Caracas. Los participantes en la protesta se enfrentaron a las fuerzas militares con piedras y cocteles molotov, a lo cual estas respondieron con gases lacrimógenos y cañones de agua, entre otros medios represivos.

Chávez había acumulado, para abril de 2002, varios enemigos poderosos. Los militares, las directivas de la compañía petrolera estatal, los medios de comunicación e incluso los líderes de los sindicatos estaban todos contra él. Cientos de miles de personas manifestaron frente al Palacio de Miraflores, sede de la presidencia, y las balas empezaron a volar por todas partes, para dejar un saldo de diecinueve muertos y decenas de heridos. Los militares detuvieron a Chávez, pero en medio del caos y la lucha entre facciones, otro grupo de oficiales de alto rango lo restauró en el poder un par de días después.

Oficiales despiden a Larry Morrillo, de 43 años. Este jefe de la Brigada Motorizada fue emboscado y asesinado, junto con su hijo Yonaiker, de 20 años, frente a la casa de su madre, en 2016. Grupos armados y bandas de crimen organizado controlan amplias zonas del país.

Estuve presente en medio de montones de sus seguidores en Miraflores, en las primeras horas del 14 de abril, cuando el comandante, con aire de triunfo, aunque un poco aturdido, salió del helicóptero que lo había llevado de vuelta de una isla donde había permanecido cautivo. Su “resurrección” del domingo en la mañana, evocadora del simbolismo cristiano (Chávez incluso tenía un crucifijo en la mano al hacer su relato de los acontecimientos) cerraba el círculo de la narrativa épica del chavismo. La lucha contra el “fascismo” doméstico, supuestamente apoyado por Washington, serviría desde entonces como el principal pretexto para un proyecto que tendía cada vez más hacia la autocracia.

Desfile de celebración del aniversario de la independencia de Venezuela del dominio español. El gobierno utiliza esta procesión anual para poner en escena su poderío militar y fustigar a las fuerzas imperialistas y la oposición, a la que acusa de traición a la patria.

Poco después del intento de golpe de 2002, el precio del crudo comenzó a subir y, a lo largo de una década, el país nadó en ríos de ingresos por concepto del petróleo, como nunca antes. Con una cantidad casi ilimitada de dinero y una oposición fragmentada en diversas facciones contendientes, Chávez enfrentaba ahora pocos obstáculos para la consolidación de su revolución. Era enormemente popular.

Aunque buena parte del dinero del petróleo (miles de millones de dólares) iba a parar a los bolsillos de funcionarios corruptos y sus amigos, una gran cantidad se dirigió también a los programas sociales, comenzando por una campaña de alfabetización y módulos de atención primaria en salud en los barrios. Estas “misiones”, como se las llamaba, eran terriblemente costosas e ineficientes.  Sin embargo, para las mayorías desfavorecidas eran un gran alivio, además de una prueba de que la “revolución” en verdad se preocupaba por los pobres. Los ingresos reales aumentaron significativamente y, por un tiempo, se redujeron las desigualdades.

Mesa conmemorativa de Darwilson Sequera, 19 años, elaborada por su madre, Aracelis Sánchez. Según las autoridades, Darwilson fue abatido en su casa, tras enfrentarse a las fuerzas de policía. Su familia contradice esta versión y afirma que su muerte, ocurrida en 2013, fue una ejecución extrajudicial. 

En 2011, para desconsuelo de sus millones de seguidores, Chávez debió someterse a una cirugía por causa de un tumor maligno, y murió menos de dos años después. El museo militar, muy cerca del palacio presidencial, desde el cual Chávez había dirigido sus esfuerzo A poca distancia de allí se erigió un santuario improvisado, donde le prendían velas al héroe muerto como si fuera un santo. Poco después se produjo una caída dramática en el precio del petróleo.

Funeral de Nick Samuel Oropeza, 19 años, muerto por las balas de las fuerzas militares durante una ola de protestas a favor del líder de la oposición, Juan Guaidó, en 2019.

En ausencia de dos de los pilares claves de la revolución (un flujo abundante de dinero y un líder carismático) su sucesor escogido a dedo, Nicolás Maduro, tuvo que hacer frente a una oleada de protestas y una fuerte resistencia tanto a nivel nacional como en el exterior, sobre todo a comienzos de 2019, cuando la administración del presidente Donald J. Trump de los Estados Unidos manifestó su apoyo al líder de la oposición Juan Guaidó, en su reivindicación como “presidente interino”. Tres años después, Washington continúa reconociendo a Guaidó como el gobernante legítimo de Venezuela, si bien la administración de Joe Biden ha manifestado un mayor apoyo a una solución negociada del conflicto (el año pasado se reiniciaron unas conversaciones entre el Gobierno y la oposición, pero en la actualidad están suspendidas).

Maduro, por su parte, ha acudido a la represión y a unas elecciones desequilibradas para mantenerse en el poder. El colapso de la economía se manifestó con una recesión y una hiperinflación, al tiempo que la infraestructura básica como los acueductos, las redes eléctricas y los hospitales caía en el abandono y millones de venezolanos huían al exterior. Grupos armados de diversos tipos, desde guerrilleros colombianos hasta bandas de crimen organizado, han ocupado los espacios que dejó libres un Estado sin dinero y en proceso de contracción. Las cárceles las manejan los reclusos y “la ley y el orden” en los barrios puede adoptar la forma de ejecuciones sumarias. Esta no es la revolución que se le había prometido al pueblo. Esta no es la revolución que se le había prometido al pueblo.

Filas para obtener bienes subsidiados como aceite, azúcar, leche y papel higiénico en la zona de Los Teques de Caracas. Hasta hace poco, las regulaciones gubernamentales mantenían los precios artificialmente bajos, lo cual vuelve insostenible la producción y abre la puerta al contrabando y la corrupción. Las diferencias entre los precios del mercado negro y el oficial son hasta del 500%.