Los excombatientes de Colombia siembran semillas de paz

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Contado a ELIZABETH DICKINSON
Históricamente, el Cauca se ha llevado la peor parte del conflicto colombiano de cinco décadas. En la actualidad, muchos de quienes tratan de sostener la frágil paz viven en este departamento..

Para los miles de hombres y mujeres que formaron parte de la guerrilla izquierdista más larga de América Latina, los últimos cinco años han sido una revolución diferente. En 2016, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), un movimiento guerrillero marxista fundado en 1964, accedieron a dejar las armas como parte de un significativo acuerdo de paz. Desde entonces, cerca de 14.000 hombres y mujeres excombatientes se han reincorporado a la vida civil. Este es el relato en primera persona de uno de esos individuos, Jacinto, quien fuera fotógrafo de las FARC y que ahora vive en el departamento del Cauca, región del Pacífico.

Jacinto vive en El Estrecho, una franja de tierra en una carretera que cruza un valle ardiente cerca del río Patía. Los combatientes entregaron sus armas en 2017, en doce zonas rurales de concentración, algunas de las cuales son conocidas en la actualidad como Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR).

Cerca de una cuarta parte de los combatientes reincorporados han permanecido en esas áreas. Protegidas tan solo por una reja roja de metal, las casas del ETCR de El Estrecho están pintadas con colores alegres y rodeadas por jardines agrestes. El Gobierno colombiano construyó la infraestructura en la mayoría de las zonas de reincorporación, normalmente hileras uniformes de casas en concreto y baños compartidos, pero El Estrecho es diferente. Los excombatientes que viven allí originalmente habían entregado sus armas en un campamento inhóspito en Policarpa, Nariño, y se reubicaron en el Cauca con la esperanza de encontrar mejores condiciones. Los excombatientes de El Estrecho construyeron sus propias casas y el sistema de aguas. Para sostenerse, los residentes cultivan melones, y esperan tener en poco tiempo ganado y cultivos de limones.

Jacinto se ha dedicado a documentar el camino de su comunidad hacia la vida civil. Retrata las vidas de los compañeros reincorporados al igual que las de cultivadores de coca cercanos, muchos de los cuales esperaban que un programa de sustitución de cultivos en el marco del proceso de paz les permitiera alejarse de esta forma de vida que los expone a la violencia. Esta es la historia que comparte.


Mi nombre es Jacinto.

Ese era mi alias en la guerra, pero ahora ya casi no reconozco el nombre que me pusieron al nacer, después de haberme llamado así toda mi vida adulta. Me metí a las FARC en 2002 y estuve en la lucha armada durante quince años. La meta de mi vida era formar parte de la revolución, y siempre he creído que es un compromiso permanente. Hoy en día, eso significa que vamos a luchar en paz por nuestros ideales.

Jacinto, excombatiente de las FARC, prefiere mantener su identidad en el anonimato, debido a las amenazas de seguridad que se ciernen sobre los miembros del otrora grupo guerrillero.

Me enamoré de la revolución a través de mi primo mayor, Manuel. No soy de Colombia. Nací en una ciudad de un país vecino, de la región Andina. En la vida urbana me sentía incompleto. Nunca quise ser una persona común y corriente, trabajar para formar una familia y tener una casa. Manuel era el único que parecía ver el mundo por fuera de esa perspectiva. Él hablaba de justicia y de cambio, y desde pequeño eso me marcó mucho. Comencé a buscar hacerme miembro de los consejos estudiantiles y a leer los libros que me pasaba Manuel después de terminarlos.

Tras la dejación de las armas, Jacinto y sus compañeros iniciaron una vida nueva y en paz.

Cuando cumplí los quince años le anuncié mi familia que quería ser guerrillero, que quería luchar por los demás. Mi mamá se rio, pero luego se preocupó. Yo sabía que en mi país no había guerrillas rurales. Lo que teníamos eran revolucionarios de medio tiempo, que vivían unas vidas normales, pero luchaban cuando les quedaba tiempo libre. Por esa época, Manuel estaba involucrado con movimientos de milicias urbanas y tenía algunas conexiones con las FARC y el ELN [Ejército de Liberación Nacional], en Colombia. Un día, me armé de valor y le dije que yo también quería formar parte de eso. “Tienes que acabar primero el estudio”, me dijo. “Luego miramos”. Poco tiempo después de eso desapareció y nunca más lo volví a ver.

Cuando cumplí los quince años le anuncié mi familia que quería ser guerrillero, que quería luchar por los demás.

Me puse a estudiar con juicio, no solamente en la escuela sino también en la casa. Por internet, trataba de informarme de todo lo que podía sobre las FARC. Encontré artículos que contaban su historia y reportajes que describían los lugares donde operaban en Colombia. Comencé a entrenarme yo mismo para la vida en la selva. Todas las noches, después de que mi mamá se acostaba, yo me salía del cuarto y dormía en el duro suelo de la sala, usando una esponja o colchoneta delgada. Me despertaba antes de la madrugada y me devolvía a mi habitación, para que nadie se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Aprendí a ver en la oscuridad.

Después de que Manuel desapareció, yo tenía claro que quería entrar a las FARC, pero no sabía cómo. Me imaginaba que viajaba a Colombia y simplemente me acercaba a un retén de las FARC, para ofrecerme como voluntario. Luego, un día, caminando por la calle, me encontré con una de las amigas de Manuel. Le rogué que me ayudara a unirme a la guerrilla. “Tienes que estar seguro, porque eso no tiene vuelta para atrás”, me dijo la chica. Yo ya sabía que la revolución era un compromiso del cien por ciento. Incluso mis padres lo sabían. Cuando les anuncié que me iba, mi mamá nada más me dijo que esperaba que lo pensara mejor.

Hice planes para irme de la casa con mi amigo Maximiliano. “Estoy seguro de que nos van a mandar a clima frío”, le dije. Empacamos la ropa más abrigada que teníamos y cada cual se escapó de su casa antes del amanecer. Llegamos a un punto de encuentro y de ahí nos fuimos para Ipiales. Luego nos pusieron en una canoa y nos mandaron para Tumaco. Imagínese, nosotros por allá, con nuestras chaquetas más calientes y unos zapatos deportivos. El comandante nos dijo que botáramos esa ropa y que comenzáramos a caminar.

Todos los que entraban a las FARC en aquellos días hacían un entrenamiento básico para aprender sobre la historia de la organización, sus ideales, las reglas y las órdenes. Después de eso, cada miembro comenzaba a especializarse.


Todos los que entraban a las FARC en aquellos días hacían un entrenamiento básico para aprender sobre la historia de la organización, sus ideales, las reglas y las órdenes. Después de eso, cada miembro comenzaba a especializarse. Los comandantes tenían ojo para descubrir los talentos de cada uno. Un día, mi comandante se dio cuenta de que yo sabía usar computadores, y desde ese entonces trabajé en comunicaciones. En 2006, me mandó al Cauca para una sesión de entrenamiento sobre cómo tomar fotos y vídeos. Esos cursos no eran muy comunes; por lo general, tenía que aprender las cosas por mi propia cuenta. Aprendí a quemar CDs para distribuir canciones y propaganda. Diseñábamos comunicados y los imprimíamos. En Tumaco teníamos una emisora de radio comunitaria. Luego, comenzamos a producir vídeos más sofisticados. El trabajo era agotador. Yo siempre decía que estar en comunicaciones significaba que mi trabajo como guerrillero era doble. Tenía los mismos deberes que los demás, pero también debía documentar nuestras vidas.

Por mi trabajo en comunicaciones comencé a darme cuenta de que se estaban adelantando negociaciones secretas entre nuestros líderes y el Gobierno en 2012. Cuando la noticia se hizo pública, cambiamos el trabajo para empezar a hacer circular la información entre las filas de combatientes Si los comandantes estaban en La Habana, yo estaba convencido de que era porque había una posibilidad real de que lográramos algo. Me imaginaba que los miembros de las FARC podrían convertirse en gobernadores o alcaldes de las áreas donde operábamos. A todos los lugares donde llegamos le habíamos llevado progreso a la comunidad, habíamos hecho carreteras y habíamos construido escuelas. Eso era lo que yo imaginaba como producto de la paz.

En mayo de 2015 viajé a Guapi, Cauca, para recibir un curso sobre paz. Los militares se enteraron del encuentro y realizaron un ataque aéreo sobre el campamento. Ese día murieron treinta y dos compañeros, y yo quedé gravemente herido Las FARC me mandaron a mi país para recuperarme, y hasta el día de hoy tengo incrustadas en la espalda unas esquirlas de metal a causa del bombardeo.

Las FARC me mandaron a mi país para recuperarme, y hasta el día de hoy tengo incrustadas en la espalda unas esquirlas de metal a causa del bombardeo.

Desde ese día empecé a desconfiar de todo. Sin embargo, nuestro compromiso era con la paz, y en la actualidad sigue igual de firme. Se suponía que mi unidad debía dejar las armas en Policarpa, Nariño. Ese sitio está arriba en la montaña, lejos de todo, y el Gobierno dijo que era imposible construir verdadera infraestructura allá. A través de nuestras conexiones con la insurgencia, encontramos este terreno en El Estrecho, Cauca, donde el dueño aceptó arrendarnos la tierra. Después de que nos reubicaron, el Gobierno ha pagado el arriendo, pero nunca construyó nada.

Al principio, hicimos nuestras casas con palos y plásticos, en una cuesta, en un pedazo sombreado, para que no nos diera tan duro el sol. No teníamos agua, ni luz, y muchos se fueron, sobre todo los que tenían familia. Los que nos quedamos construimos todo lo que usted ve hoy. Les pedimos a los comerciantes de la región que nos donaran cemento, y sacamos arena del río Patía. Con nuestras propias manos, hicimos los cimientos, echamos el concreto y, poco a poco, construimos nuestras casas. Para sostenernos, estamos cultivando limones y melón.

A diferencia de otros espacios de reincorporación, donde el Gobierno construyó la mayor parte de la infraestructura, la comunidad de El Estrecho construyó por sí sola el asentamiento..

Yo podría irme de aquí, y las cosas serían más fáciles para mí. Podría abrir un taller de fotografía en Popayán [una ciudad cercana] y ganarme el sustento. Pero formamos parte de un proceso que para mí comenzó el día que me fui de la casa cuando era adolescente, y que sigue aquí, con la reincorporación. Estamos resistiendo a nuestra manera, quedándonos donde estamos y trabajando para reconstruir.

Parte de ese trabajo incluye la reconciliación. Yo sentía mucho odio por los militares cuando llegamos. Durante el proceso de reincorporación, hubo momentos en los que ambos bandos estábamos armados. Ahora, ellos están armados y nosotros no. Con el tiempo, hemos encontrado maneras de relacionarnos. Los soldados y los policías son iguales a nosotros; todos somos gente pobre luchando, porque no hemos tenido oportunidades.

Hoy en día, la fotografía es mi revolución personal. Capturo imágenes de persistencia aquí en la reincorporación: mujeres recogiendo la cosecha, hombres trabajando al rayo del sol. Esas son manifestaciones de su compromiso con la paz. Cuando visito campos cocaleros, trato de capturar la forma como esos colores enriquecen el paisaje, con sus cascadas de hojas. La coca también hace parte de esta historia de supervivencia. A los cocaleros les prometieron apoyo en el acuerdo de paz, y eso no ha llegado.

La paz es difícil. Es un proceso constante. Nosotros, en las FARC, tenemos historias e identidades, y si yo las puedo compartir con el mundo, voy a contribuir a nuestro proyecto de cambio.

Este texto fue elaborado por Elizabeth Dickinson, basándose en las entrevistas con Jacinto.

Retratos de la resistencia de Jacinto