Mujeres en la guerra de pandillas de El Salvador Sobreviviendo durante el Estado de Excepción

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Published on: 3 agosto, 2022

Dadas las restricciones impuestas por el estado de excepción en El Salvador, y la necesidad de proteger a aquellas mujeres que compartieron sus historias con la fotógrafa Ana María Arévalo Gosen, hemos decidido no presentar retratos en los que se pudiera identificar a mujeres encarceladas por delitos relacionados con pandillas.

Escrito por FLOOR KEULEERS y NATASHA MULENGA HORNSBY

Desde que el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, declaró un “régimen de excepción” en marzo, poniendo en marcha una masiva campaña de represión contra supuestos pandilleros, las imágenes de presuntos hombres violentos han inundado los canales de comunicación del gobierno.

La campaña fue la respuesta del gobierno de Bukele a una oleada de asesinatos a manos de las pandillas que dejó 62 salvadoreños muertos en tan solo un día. Caracterizada por una brutal estrategia de “mano dura y un desprecio por el debido proceso y otros derechos, la represión cuenta con el apoyo del público en general. Los salvadoreños la ven como un merecido castigo para las pandillas, a las que consideran responsables del recrudecimiento de la violencia y de las extorsiones que afectan a las comunidades pobres. Siguiendo el ejemplo del presidente, quien es experto en redes sociales, la policía usa su cuenta de Twitter para publicar actualizaciones en vivo de su #GuerraContraPandillas, las cuales incluyen primeros planos de los sospechosos detenidos y reseñas de sus presuntos delitos. Predominan las fotografías de niños y hombres tatuados y abatidos. Las mujeres rara vez aparecen y, las que lo hacen, a menudo ocultan su rostro o se esconden detrás de los hombres que se han sido detenidos. Parecería que este es conflicto entre varones, en el que se enfrentan fuerzas policiales abrumadoramente masculinas y sus objetivos.

En algunos casos, familias enteras pertenecen a las pandillas. Ambos padres de esta joven están en la cárcel, y sus abuelos hacen parte de la red de apoyo a las maras.

Pero tanto la represión como las condiciones subyacentes están lejos de ser un asunto exclusivamente masculino. De hecho, al 1 de junio, fuentes oficiales indicaron que 5.114 mujeres habían sido detenidas en medio de operaciones y redadas en áreas controladas por pandillas desde que se declaró el régimen de excepción el 27 de marzo. En cierto sentido, la cifra parece modesta: por cada mujer detenida, se capturan aproximadamente seis hombres. Las cárceles salvadoreñas albergaban a 2710 mujeres en 2021, una cifra que refleja un crecimiento constante en las últimas dos décadas. Pero debido a los recientes arrestos masivos, esa cifra se triplicará en cuestión de meses. Incluso supera el aumento de reclusos masculinos, que prácticamente se ha duplicado durante el mismo período, y El Salvador actualmente alberga la mayor población carcelaria per cápita del mundo.

Entre enero y abril de 2021, la fotógrafa venezolana Ana María Arévalo Gosen, visitó a mujeres salvadoreñas detenidas para ayudar a registrar sus historias. Sus fotografías acompañan este relato de Floor Keuleers y Natasha Mulenga Hornsby sobre cómo las mujeres salvadoreñas resultan envueltas en la vida de las pandillas y navegan por los cauces de crímenes y castigos en medio de la violencia y la misoginia que las rodea.

Un mundo de hombres

Nacidas en una sociedad profundamente patriarcal, las mujeres y niñas salvadoreñas enfrentan riesgos en todos los ámbitos de la vida. El país tiene una de las más altas tasas de asesinatos de mujeres y niñas a nivel mundial, según cifras de la ONU, aunque ha disminuido de forma constante bajo la administración de Bukele, la cual redujo drásticamente las tasas de asesinatos en sus primeros años en el poder (aparentemente a través de negociaciones informales con las pandillas). Las víctimas suelen ser jóvenes; según cifrasdel gobierno, casi una de cada cinco mujeres asesinadas en 2019 tenía menos de 20 años.

Una niña de 15 años que está tratando de huir de la pandilla a la que pertenece llora en los brazos de un amigo
que le ha dado refugio.

La vida cotidiana de las niñas y mujeres salvadoreñas está plagada de riesgos de violencia. El gobierno registró 3419 casos de violencia sexual entre enero y junio de 2021, de los cuales más del 60 por ciento fueron contra niñas menores de dieciocho años. En 310 de los casos, las víctimas tenían menos de diez años. Los embarazos en adolescentes abundan y algunos incluso llegan a afectar a niñas de hasta diez años. El aborto es ilegal bajo cualquier circunstancia, incluso en casos de embarazos derivados de una violación o incesto o que representen un peligro para la vida de la mujer. Las mujeres que se someten a un aborto se arriesgan a una larga condena de prisión, al igual que quienes sufren abortos espontáneos o emergencias obstétricas. A finales de junio, Lesly Ramírez, de 21 años, fue declarada culpable de homicidio agravado y condenada a la pena máxima de 50 años de prisión luego de dar a luz en una letrina de su casa cuando solo tenía diecinueve años. Activistas feministas dicen que Ramírez, la tercera de siete hermanos, quien nació en una familia campesina pobre y vivía en una casa sin electricidad ni agua, no era consciente de lo que le ocurría a su cuerpo debido a la escasa educación sexual con la que contaba. Las autoridades la acusaron de haber apuñalado a su bebé; según activistas de la sociedad civil, ella simplemente intentó cortar el cordón umbilical por sí sola, en la oscuridad.

Las oportunidades económicas son escasas. Aunque encontrar trabajo es difícil tanto para hombres como para mujeres, la situación es particularmente complicada para las mujeres. En 2020, según la ONU, casi cuatro de cada diez niñas y mujeres salvadoreñas de 15 a 24 años no trabajaban ni estudiaban, más del doble de la tasa de los hombres jóvenes.

Vida de pandillas

En un lugar donde tanto la seguridad física como las oportunidades económicas son difíciles de conseguir, muchas niñas y mujeres jóvenes se unen a las pandillas para protegerse y ejercer control sobre sus vidas y las ven como un refugio frente a familias violentas y abusivas. Cuando se les preguntó en un estudiohecho en 2017 por qué se unieron a una pandilla, era mucho más frecuente que las mujeres respondieran que lo hacían para “huir de casa” en comparación con sus contrapartes masculinas. “Había personas en las pandillas que tal vez habían sufrido abusos y maltratos como yo. [Tenían] padres ausentes, madres ausentes”, le dijo a Arévalo una mujer detenida. [They had] “Entonces me sentí identificada con ellas y por fin alguien me entendió y me prestó atención. Podía ser yo misma y no tenía que esconder nada, pero en la sociedad [normal] tengo que esconder ciertas cosas” [regular] Sin embargo, pertenecer a una pandilla tiene altos costos, como lo es someterse a una cultura hipermasculina, con todos los riesgos que conlleva, y adoptar la violencia extrema como el camino para obtener protección, estatus y respeto.

A diferencia de sus pares masculinos, que suelen ser sometidos a fuertes golpizas para convertirse formalmente en miembros de la pandilla, el ritual de iniciación para las mujeres puede incluir tener relaciones sexuales con varios pandilleros, lo que se conoce como el trencito. En ocasiones, le permiten elegir a la mujer qué ruta de iniciación prefiere. La mayoría elige la golpiza, con la esperanza de preservar su dignidad y demostrar que tienen la dureza necesaria para ganarse el respeto de la pandilla. A otras mujeres no se les da opción Una expandillera dijo: “Si eras bonita, probablemente serías violada”. Las mujeres obligadas a tener relaciones sexuales como parte de su iniciación posiblemente continúen siendo muy vulnerables a la violencia sexual a manos de los pandilleros y sufran terribles consecuencias si se resisten.

Una vez que entra a formar parte de la pandilla, la vigilancia sobre el cuerpo y la sexualidad de una mujer solo se intensifica. Las relaciones románticas o sexuales fuera del grupo suelen estar prohibidas para las mujeres, una restricción a la que no se enfrentan sus compañeros hombres. Tener un novio dentro de la pandilla puede proporcionar un cierto nivel de protección, especialmente si tiene alguna influencia en el grupo, pero también genera nuevos riesgos. Consideradas como poco más que un objeto, las novias se utilizan para demostrar lealtad o ganar favores. Como explica Silvia Juárez, de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa), un pandillero que busca rendir tributo y mostrar su lealtad puede ofrecer una visita conyugal de su propia novia a un líder en prisión. En guerras territoriales entre pandillas rivales, las novias son objetivos habituales de quienes buscan venganza.

Aunque las pandillas suelen hablar sobre igualdad de género en sus filas, en realidad existe una división del trabajo muy marcada. Las mujeres, en especial aquellas que están involucradas con la pandilla, pero no pertenecen formalmente, se encargan de las tareas domésticas y de las labores de cuidado, como llevar comida a la cárcel cuando un miembro ha sido detenido. En palabras de una mujer entrevistada por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) del país en 2008, en lo que continúa siendo el estudio más profundo sobre mujeres y pandillas en El Salvador: “Yo, en el grupo, era como la mamá de todos: les lavaba, les planchaba, les cocinaba, organizaba envíos de comida. Tenía que velar por ellos, aunque fuera menor que algunos de ellos”.

Las pandillas tienen su propia versión del techo de cristal. Aunque el apoyo de las mujeres es vital para las operaciones de los grupos, y es posible que éstas alcancen cierto nivel de estatus y liderazgo, la autoridad final tiende a concentrarse en manos de los hombres. En un ejemplo de esa dinámica de poder, cuando Crisis Group entrevistó a un grupo de tres expandilleros salvadoreños en 2019, la única mujer entre ellos esperaba un gesto de los hombres antes de responder nuestras preguntas.

Familias en el limbo

Una madre arregla el pelo de su hija en la prisión de Izalco, la única cárcel del país donde las
prisioneras pueden vivir con sus hijos.

Más que elegir activamente la vida de pandilla, algunas mujeres se ven envueltas en ella indirectamente a través de sus vínculos con pandilleros. Según estimaciones de las autoridades, la red social más amplia vinculada a los aproximadamente 70 000 pandilleros activos del país puede estar compuesta por hasta medio millón de personas, muchas de ellas esposas, novias, madres, hijas, hermanas y primas.

En La Prisón Granja Izalco residen mujeres que han sido transferidas por buen comportamiento y madres que viven con sus hijos.

Estas redes de apoyo han adquirido recientemente un nuevo protagonismo, a medida que las mujeres se han unido para apoyar a familiares detenidos en la campaña de represión del gobierno. El régimen de excepción decretado a finales de marzo, y a julio prorrogado en cuatro ocasiones, permite detenciones hasta por quince días sin formulación de cargos. Muchos detenidos han permanecido incomunicados durante semanas. Organismos de vigilancia de los derechos humanos han detallado cómo, entre otras violaciones de los derechos humanos, a las familias de los detenidos rutinariamente no se les informa del paradero de sus seres queridos, a veces hasta después de enterarse que sus familiares han perecido por las brutales condiciones de las cárceles. En un caso denunciado por Human Rights Watch, la familia de un joven de 21 años no recibió ninguna información sobre su paradero luego de su detención el 3 de abril, hasta que las autoridades de un hospital les comunicaron el 19 de abril que había muerto ese día. En otro, fue un empleado de una funeraria quien le informó a Sandra, de 23 años, que su prometido había muerto, unas semanas después de ser detenido.

Desesperadas por obtener información sobre sus familiares y por una posibilidad de conseguir su liberación o ayudar a hacer más llevaderas las condiciones de su detención, cientos de personas, casi todas mujeres, se han concentrado a las puertas de las cárceles de El Salvador. Algunas ni siquiera tienen la seguridad de que su esposo, novio, hijo o hermano esté recluido en el centro ante el que permanecen en vigilia. Lo único que pueden hacer es confiar que están en el lugar correcto. Con las ventanas de la cárcel taponadas para evitar la comunicación con el mundo exterior y las mesas de ayuda de las prisiones que ofrecen poca información significativa, las familias de los detenidos intentan frenéticamente encontrar respuestas cuando hay traslados de reclusos a otras instalaciones o tras la inusual liberación de un puñado de personas.

Las mujeres que esperan suelen venir armadas con bolsas de documentos, que esperan sirvan para demostrar que su familiar es un ciudadano respetuoso de la ley y no un pandillero o colaborador.

Las mujeres que esperan suelen venir armadas con bolsas de documentos, que esperan sirvan para demostrar que su familiar es un ciudadano respetuoso de la ley y no un pandillero o colaborador. En el centro de detención temporal de la policía “El Penalito” en San Salvador, las casetas venden platos de comida y artículos de primera necesidad que entregan dentro del centro de reclusión con autorización del Estado, en una aparente admisión de su falta de capacidad o voluntad para cubrir las necesidades básicas de los reclusos. Por $5, una mujer puede conseguirle a su pareja o hijo un cepillo de dientes, pasta dental, jabón, champú, papel higiénico y un tapabocas. Con $7 adicionales puede comprar un “paquete”, que incluye una camiseta, pantaloneta, ropa interior (todo en blanco como es requerido) y chanclas.

Con las detenciones que se producen en todo el país, las mujeres suelen recorrer largas distancias para llegar a las cárceles. Mientras esperan fuera, sus vidas normales (hacerse cargo de sus hogares, generar ingresos a través de trabajos en el sector informal) se detienen. En muchos casos, la persona detenida representaba el principal o único sustento de la familia. Su detención, que en la mayoría de los casos puede durar meses, incluso años, sume a familias enteras en una mayor penuria económica e incertidumbre, en particular cuando se agotan sus escasos ahorros.

Las mujeres y los niños son los más afectados por la desintegración social y económica de las familias provocada por los arrestos masivos, lo que incrementa aún más el riesgo de que los niños se vean arrastrados a la órbita de las pandillas al buscar protección de unas autoridades a menudo abusivas. Como manifestó Norbert Ross, quien dirige la organización sin ánimo de lucro Actuemos en las afueras de San Salvador: “[La represión] genera mucho resentimiento entre la comunidad. [The crackdown] Genera miedo. Genera necesidad económica. odos esos son los ingredientes que dieron origen a las pandillas”.

Hacinamiento carcelario

En cuanto a las mujeres salvadoreñas que se encuentran tras las rejas, las condiciones que enfrentan son lamentables. En 2021, Arévalo pasó cuatro meses en dos cárceles salvadoreñas, la granja penitenciaria para mujeres de Izalco, en el departamento de Sonsonate al occidente del país, y el sector D de la cárcel de Ilopango, cerca de San Salvador, entrevistando a pandilleras detenidas. Al igual que las mujeres capturadas en la reciente ola de detenciones, las reclusas que conoció, algunas de las cuales están fotografiadas aquí, viven hacinadas en celdas, en condiciones insalubres y con acceso limitado a higiene básica.

El Salvador tiene la población de prisioneros per capita más grande en el mundo.

Incluso mucho antes de las recientes redadas masivas, las cárceles de mujeres se encontraban entre las más hacinadas del país. En 2015, el Centro de Readaptación para Mujeres de Ilopango, una de las pocas cárceles exclusivamente para mujeres, albergaba a 2000 reclusas, aunque solo tenía capacidad para 550. Esta cifra era favorable en comparación con años anteriores, en los que a veces superaba en nueve veces la capacidad oficial.

Una pandillera abraza a sus tres hijos. Ella entró a la mara a los 13 años buscando protección
ya que su padre le pegaba con frecuencia y su vecino la violó.

Las reclusas a menudo viven con sus hijos pequeños, a quienes se les permite permanecer en prisión con sus madres hasta los cinco años. La maternidad marca profundamente la experiencia de las mujeres en prisión. Las reclusas entrevistadas para el estudio IUDOP de 2008 a menudo describieron ser madres como el mejor regalo que les había dado la vida. Sin embargo, aunque algunas mujeres con bebés y niños pequeños señalaron que su condena les dio más tiempo y libertad para cuidarlos, el cuidado de niños en las cárceles salvadoreñas generalmente implica enormes desafíos. Las mujeres con largas condenas viven con la certeza de que en algún momento les quitarán a sus hijos. Otras se ven apartadas de sus hijos e hijas mayores al ingresar a la cárcel y dependen de la disposición de sus familiares para que los lleven a visitarlas a la prisión. Las mujeres del estudio indicaron casi de manera unánime que estar separadas y no poder cuidar a sus hijos era la parte más difícil de su experiencia en prisión. No estoy ejerciendo mi papel de mamá”, dijo una madre. “No le puedo dar mi amor, afecto, cuidado, no veo cómo crece, lo que aprende, sus miedos, lo que le agrada, lo que no le gusta, y no puedo ayudarle… no sé mucho de ella”.

Las pandilleras también dicen que sus amigos y familiares las juzgan con más severidad que a los hombres pandilleros, lo que agudiza su aislamiento de la vida exterior. Al igual que en otras sociedades patriarcales, generalmente se espera que las mujeres salvadoreñas sean pacíficas, sumisas y cuidadoras. Las pandilleras no solo han infringido la ley, sino que han fallado por partida doble. Una investigadora especializada en mujeres en pandillas centroamericanas le dijo a Crisis Group que los pandilleros en prisión generalmente pueden contar con el apoyo de sus madres o novias, mientras que es mucho más probable que las pandilleras detenidas sean abandonadas por sus familias. Para los pandilleros en El Salvador, prácticamente no existen rutas legales de regreso a una vida enmarcada en la ley. Las mujeres de la granja-prisión de Izalco fotografiadas por Arévalo están adquiriendo habilidades agrícolas y de sastrería. Las de Ilopango, como la mayoría de las personas detenidas, no reciben educación ni capacitación laboral, lo que limita sus posibilidades para conseguir sustento para ellas y sus hijos cuando salgan en libertad.

Un grupo de mujeres recoge tomates en la huerta de la prisión, donde también tienen animales.

¿La nueva normalidad?

Los días sin asesinatos, que antes eran una rareza en El Salvador, se han vuelto comunes bajo el régimen de excepción, según cifras producidas (y maquilladas) por las autoridades. Para una población asolada por la violencia durante décadas, esto es un alivio. El gobierno los presenta como prueba de que su represión está dando frutos. Pero es una calma frágil y brutal, en particular para las niñas y mujeres del país. En los hogares, las escuelas, cárceles y calles la violencia estructural en contra de ellas continúa. Mientras perdure, llegar a romper realmente el ciclo de violencia de El Salvador seguirá siendo un objetivo sin cumplir.